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martes, 20 de marzo de 2012

Jean Fouquet




Virgen con el Niño
Autor: Jean Fouquet 
Fecha: 1450 h. 
Museo: Koninklijk Museum Amberes
Características: 94 x 85 cm. 
Material: Oleo sobre tabla 

El mejor pintor francés de su época y uno de los más grandes de Francia es seguramente Jean Fouquet. Artista de múltiples actividades ejerció como tal y como magnífico miniaturista. Viajero por Italia, tuvo la ocasión de conocer el renacimiento y en su obra se pone de manifiesto el entrecruce de lenguajes. 
En el Díptico de Melun (Museo de Berlín y de Amberes), pintado hacia 1450, Fouquet retrata a Etienne Chevalier acompañado de su santo patrón arrodillado ante una Virgen con el Niño de equívoco erotismo aumentado por la leyenda que veía en ella un retrato de la amante del rey Carlos VII. Las diferencias entre ambas tablas, entre lo terreno y lo sagrado, son evidentes hasta en el color, pero queda esa impresión poco clara del pecho desnudo de María. 

La Virgen de Melun o Virgen con el Niño y ángeles
forma parte de un díptico elaborado por el pintor francés Jean Fouquet. Está realizado sobre madera, y fue pintado hacia 1450. Mide 91 cm de alto y 81 cm de ancho. Se exhibe actualmente en el Real Museo de Bellas Artes de Amberes (Bélgica). 

La temática de esta tabla es habitual en la pintura religiosa del siglo xv y precedentes: la Virgen, sentada en un trono y rodeada de ángeles, sosteniendo en su regazo al Niño Jesús. Tampoco era extraño en la época mostrar el pecho de la Virgen en actitud de amamantar a su Hijo. Entonces, ¿qué tiene de insólito esta pieza que resulta tan inquietante para el espectador? 

En primer lugar, la Virgen no está amamantando al Niño, sino que enseña el pecho desnudo al espectador mientras Jesús mira hacia su derecha. El pecho no es el de una nodriza, sino un pecho terso y lleno, de adolescente. La figura es esbelta, con el talle ceñido. Una cierta sensualidad se desprende de la redondez de los hombros, el cuello y la delicada piel de su cuerpo. El vestido es elegante y va peinada a la moda, con media cabeza rapada y los labios pintados. El historiador de arte Johan Huizinga encontró en ella "un soplo de decadente irreligiosidad". Es el retrato de una cortesana. 

¿Quién es esta joven, sugerente y atractiva, cuyo atuendo contrasta tan vivamente con la imagen tradicional de la Virgen María? En la parte posterior de la tabla encontramos una inscripción, fechada en 1775, certificada ante notario, que reza así: "La Santísima Virgen con los rasgos de Agnès Sorel, favorita de Carlos VII, rey de Francia, muerta en 1450." 

Agnès Sorel, amada hasta su muerte por Carlos VII, nació en Fromenteau en Touraine hacia 1422 y murió en Anneville (Normandie) en 1450. Hija de Jean Soreau y Catherine de Maignelais, pertenecía a la baja nobleza francesa. Desde niña recibió una esmerada educación y pronto destacó por su curiosidad intelectual, su inteligencia y su belleza. Y sus progenitores debieron pensar que merecía un futuro mejor que envejecer en un pueblo casada con cualquier ilustre campesino de la zona. Así que, siendo todavía muy joven, decidieron enviarla a hacer fortuna como dama de compañía de Isabelle de Lorraine, reina de Sicilia, esposa de René d'Anjou. Quizá en la corte podría enamorar a un gentilhombre y disfrutar de una vida sin estrecheces. Pero Isabelle le ofrece una remuneración tan exigua que, en 1433, con veintiún años, Agnès se siente preparada para abordar mayores empresas y se traslada a la corte francesa. Un año después la encontramos como dama de la reina, María d'Anjou. 

Agnès era hermosa y llena de vitalidad, y se hace famosa en la corte, donde pronto se la conocerá como la Bella Agnès. Dicen las crónicas que lucía una hermosa cabellera rubia y sus ojos azules proyectaban una mirada cálida y dulce que contrastaba con la voluptuosidad de su cuerpo. 

Chastellain, cronista de corte del duque de Borgoña, cuenta que Agnès Sorel era una mujer bellísima de la que el rey se enamoró en cuanto la vio. 

Parece ser que la reina María, no muy agraciada y dedicada por entero a la crianza de sus catorce hijos, sentía una enorme simpatía por Agnès. Cuando los requiebros del rey rebasaron los límites de la cortesía y se adentraron en el terreno de la caza y captura, Agnès acudió a pedir consejo a la reina. María debió de pensar que, ya que no podía contar con la fidelidad de su esposo, por el cual tampoco sentía gran pasión, mejor dejarlo en brazos de una aliada que arriesgarse a encontrarlo en la cama de una posible adversaria. Y les dió su bendición. 

Así fue como se labró su fortuna aquella distinguida provinciana, quien, según parece, sintió por Carlos VII un sincero afecto. El papel que le tocó vivir no era extraño en su época, cuando los reyes acostumbraban a visitar las alcobas de las damas de la corte e incluso no tenían reparos en cortejar a las más hermosas plebeyas. Pero, hasta el momento, no se había visto en la corte francesa la oficialización de estas relaciones. A Agnès Sorel le corresponde haber sido la primera amante oficial de un rey francés. La favorita. Incluso se creó un título para ellas: maîtresse en titre. 

Ante esta situación, ¿qué papel jugaban las reinas? Como no les quedaba más opción que soportarla, su máxima aspiración era que la favorita no las desbancara en el trono y fuera su aliada ante las intrigas de la corte. Algunas se desquitaban a la muerte de sus esposos, pero mientras tanto convivían con ellas e incluso las admitían como parte de su séquito personal. En muchas ocasiones su papel se limitaba a criar a los príncipes y su poder se circunscribía a ser madre del futuro rey. Porque hasta en los actos de representación más solemnes podían verse desbancadas por la usurpadora. Según relata en sus memorias Enea Silvio Piccolomini, quien más tarde sería el papa Pío II, refiriéndose a Agnès: "A la mesa, en la cama, en el Consejo, ella siempre tenía que estar a su lado." 

Así pues, nos encontramos con Carlos VII enamorado, dispuesto a satisfacer todos los caprichos de su amante. Y Agnès lo desea todo. En pocos meses se convierte en la mejor clienta del célebre Jacques Coeur, mercader internacional y gran joyero del rey, a quien en un año compra joyas por valor de 20.600 escudos, entre ellas el primer diamante tallado que se conoce al día de hoy. Y la llena de títulos nobiliarios: castellana de Loches, señora de Beauté-sur-Marne y condesa de Penthièvre. 

Agnès era original y extravagante, y pronto marcó la moda femenina en la corte. Peinaba sus cabellos en pirámides vertiginosas, se paseaba con las colas más largas y suntuosas vistas hasta entonces, sus ropajes estaban profusamente bordados y adornados con martas cibelinas y sus escotes eran tan espectaculares que en una ocasión un obispo se quejó ante el rey "de las aberturas de la delantera, por las que se pueden ver los pechos y los pezones". Su estilo debía de ser tan personal que no es de extrañar que el propio Fouquet, subyugado por su belleza, la representara en el Díptico con un escote tan atrevido. Se dice que en una ocasión apareció a caballo entre los cortesanos en un torneo, ataviada con una armadura de plata adornada con perlas. 

Algo sobre Fouquet

La pintura gótica en Francia durante los siglos XIII y XIV se halla limitada como expresión plástica por la expansión de las vidrieras en los muros de las catedrales, lo que por el contrario supuso un mayor desarrollo de la miniatura y de la aplicación de la pintura a la propia decoración de las vidrieras, dando lugar al estilo denominado como Gótico lineal o pintura Franco gótica. 

Más adelante, a partir del S. XIV, Francia se convierte junto a Italia en uno de los centros difusores del Gótico Internacional, aunque también en esta ocasión predomina en ese país el trabajo de los maniaturistas, algunos tan importantes como los hermanos Limbourg, autores de Las muy ricas horas del Duque de Berry. 

Finalmente, la influencia del Gótico flamenco se manifestará plenamente en la obra de Jean Fouquet, que a su vez, ya a mediados del S. XV se establece en Roma y asimila muchas de la novedades del Quattrocento. A su vuelta a Francia contribuye sin duda a la renovación artística del arte medieval. También resultará decisiva en este mismo sentido la actitud del rey Francisco I, que se rodea de artistas como Leonardo o Andrea del Sarto y crea el ambiente necesario para una difusión amplia del italianismo, que tendrá su mejor representación en la Escuela de Fontainebleau, ya de tendencias manieristas. 

Jean Fouquet (Tours 1425-1480), probablemente el mejor pintor de su época en Francia, es un caso difícil de encuandrar en un estilo histórico concreto, pues se encuentra a mitad de camino entre la tradición gótica y las primeras innovaciones importadas desde elQuattrocento italiano. No es casualidad en este caso, que como ya hemos señalado, Fouquetviajara a Italia entre 1444 y 1447, conociendo allí a Fray Angélico y lo que es más importante, al joven Piero della Francesca. 

Su obra más conocida y sin duda una de las mayor calidad es este díptico, en cuyas dos tablas se representaba junto a esta virgen, el retrato de Étienne Chevalier, tesorero y valido del rey Carlos VII de Francia. Aunque inicialmente el díptico fue destinado a la iglesia deNotre Dame de Melun, ambas tablas se han repartido entre el Museo de Amberes y el Museo de Berlín, donde se encuentra el retrato de Chevalier. 

Por otra parte es más que probable que la maravillosa imagen de la virgen corresponda en realidad a Agnés Sorel, teniendo en cuenta que era en esos años amante de Chevalier e iba a serlo también posteriormente del rey. No puede desligarse por todo ello en el análisis una tabla de la otra, porque mientras el retrato de Chevalier vendría a representar el ámbito de lo terreno, esta otra tabla de la virgen y el niño representa el mundo sagrado. 

La obra es de una extraordinaria belleza en la que sobresalen como virtudes más sorprendentes la monumentalidad de las figuras, su sencillez compositiva, el juego de colores y la transparencia de las luces. 

En efecto, la composición es muy simple, dominada por una estructura simétrica, amparada en un triángulo formado por la propia disposición de la virgen. Por otra parte, el arte de Fouquet es sólido y monumental, de un geometrismo que ciertamente nos recuerda a ciertos maestros del Quattrocento. Esa monumentalidad hace más rotunda en su belleza a esta virgen perfecta, que con una gran "modernidad" reduce su anatomía a formas geométricas esenciales, caso de los pechos por supuesto, pero también de la cabeza o del perfecto triángulo que forma su cintura o de forma inversa, su cuello y hombros. 

El color a su vez enmarca la figura en una sinfonía muy equilibrada, sólo de azules intensos y rojos encendidos, que sirven para aislar la imagen sagrada, cuyas carnaciones nacaradas y el tratamiento brillante de la luz convierten la imagen en un icono refulgente y precioso, similar a los ejemplos que el propio Fouquet había contemplado en la obra de Piero della Francesca, en los que la luz parece irradiar de la propia figura. 

A todo ello habría que añadir la minuciosidad de muchos detalles, algo propio de un miniaturista como también era Fouquet, pero que en los rasgos concretos del rostro de la virgen alcanza una delicadeza de una belleza sutil y prodigiosa. 

Sin olvidar un evidente erotismo, tan claro como a la vez sorprendente en esta imagen que es a la vez pulcra e incólume. Lo cual unido al retrato de la Virgen, que como hemos dicho alude a la doble amante del valido y del rey, así como el fondo ambiguo de angelillos rojos, le otorga a la representación un carácter mundano y poco sagrado, que aún la hace más atractiva y hermosa. 

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